"Lucaaaaaas, a cenar”.
Casi puede oírla. Le gusta recordar su voz así. La voz de cuando ella era su
madre y él un niño de ocho años que jugaba en ese jardín. ¿Qué le dirá? Quizá
un “¿Por qué, Lucas?” Quiere pensar que abrirá la puerta y le dejará entrar. Aunque
hayan pasado treinta años. Mira hacia arriba, esperando verla salir por esa
ventana por la que siempre asomaba para despedirlo, cuando iba al colegio. La
ventana de la foto. El cristal de la puerta le devuelve su reflejo. El tipo que
lo mira es un fantasma que nunca tuvo ocho años. Timbra. En cuanto se abre la
puerta, la boca se le llena de silencio. Solo se miran unos segundos. Es ella.
Y no lo es. Es lo que su ausencia ha hecho de ella. Y no lo reconoce. Porque él
ya no es Lucas. Es un reflejo en el cristal. Le dice eso de “No damos
limosnas”. Así que él da media vuelta y deja atrás todo. El Lucas que fue. La
ventana. La foto sobre la chimenea. Su madre. Esa que, sin llorar, aprieta los
puños y murmura con voz inaudible “tu padre murió en 2006”.
De la bitácora Esta noche te cuento
Arantza Portabales, bioliteraria, acá
No hay comentarios:
Publicar un comentario