Su mano tocó la fría masa de acantos que
bordeaba el antejardín. El cerebro comenzó a penetrar en el verde, hasta el
fondo. La savia ululaba entre sus dedos. Los apretó y restregó contra la piel
rugosa de la planta. Entonces sucedió: sintió el rocío en la cara como una
llovizna de oro en un campo de yuyos. El vientre dejó de doler. Los ojos se
acostumbraron a la penumbra, pero ya no eran sus ojos, sino pequeños tentáculos
que se arrastraban por la tierra tras el reguero de sangre. En la boca, un
sabor amargo y leve de hierba. Tentó sus raíces firmes y agradeció las alas
verdes que le nacían de los hombros y se curvaban con la brisa.
Sección Literatura
Alejandra Basualto, página de Wikipedia acá
Imagen tomada de la La página de Andrés Morales
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