Mir,
el hessiano, lamentó haber tenido que matar a su perro, lloró mientras separaba
su cabeza del cuerpo, pero ¿qué más podía comer, fuera del perro? Congelándose
sobre la colina, lejos de todo el mundo.
Mir,
el hessiano, maldijo mientras se arrodillaba en el suelo rocoso, maldijo su
mala suerte, maldijo a su compañía por estar todos muertos, maldijo a su país
por estar en guerra, maldijo a sus compatriotas por pelear en ella, y maldijo a
Dios por permitir que todo eso ocurriera. Luego se puso a rezar: era lo único
que se podía hacer. Solo, en medio del invierno.
Mir, el hessiano, está acurrucado entre las
rocas, sus manos entre las piernas, su mandíbula sobre el pecho, más allá del
hambre, más allá del miedo. Abandonado por Dios.
Los
lobos han esparcido los huesos de Mir, el hessiano, llevaron su cráneo hasta el
borde del agua, dejaron un tarso en la loma, arrastraron un fémur hasta su
guarida. Luego de los lobos vinieron los cuervos, y luego de los cuervos, los
escarabajos. Y después de los escarabajos, otro soldado, solo en la colina,
lejos de todo el mundo. Puesto que la guerra todavía no había terminado.
De la revista e-Kuóreo
Administran: GUILLERMO BUSTAMANTE ZAMUDIO, HENRY FICHER y HAROLD KREMER
Lydia Davies
Excelente relato.
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