—Lo niego
rotundamente: jamás estuve en ese lugar.
Usted me dirá que fue en tal día de tal año y a cierta hora, podrá precisar hasta si estaba fresco o hacía calor, pero no va a lograr convencerme.
Diga lo que quiera, aporte los datos extras que le parezca, regodéese en pequeños detalles que solo son fruto de su imaginación. Jamás estuve ahí. Puedo asegurarlo. Lo juraría ante dios mismo si fuese creyente.
No, de ninguna manera es una especie de negación de mi parte. No me venga con esas cosas que tanto le gustan citar, eso del inconsciente o paparruchadas psicoanalísticas a las que usted es tan adicta. O que tengo memoria selectiva. Ni se atreva a decirme que en realidad lo mío es temor. No le temo a nada. O a casi nada. De todas maneras, usted no está entre las cosas que me causan temor. Está bien, es probable que en realidad ignore qué es lo que usted me provoca, lo admito. Pero miedo, no es. No, se lo acabo de decir: no sé qué es lo que usted induce en mí. A veces creo que es lo mejor. Lo de no saberlo, digo.
No insista. No me nombre caricias, besos, sudores, intensos abrazos. Ni pequeños mordiscos, no diga “piel”, no diga “labios”. No se atreva a hablarme de despedidas unilaterales. ¿Cómo podría haber acontecido tal cosa? Si está muy claro: nunca estuve ahí.
Usted me dirá que fue en tal día de tal año y a cierta hora, podrá precisar hasta si estaba fresco o hacía calor, pero no va a lograr convencerme.
Diga lo que quiera, aporte los datos extras que le parezca, regodéese en pequeños detalles que solo son fruto de su imaginación. Jamás estuve ahí. Puedo asegurarlo. Lo juraría ante dios mismo si fuese creyente.
No, de ninguna manera es una especie de negación de mi parte. No me venga con esas cosas que tanto le gustan citar, eso del inconsciente o paparruchadas psicoanalísticas a las que usted es tan adicta. O que tengo memoria selectiva. Ni se atreva a decirme que en realidad lo mío es temor. No le temo a nada. O a casi nada. De todas maneras, usted no está entre las cosas que me causan temor. Está bien, es probable que en realidad ignore qué es lo que usted me provoca, lo admito. Pero miedo, no es. No, se lo acabo de decir: no sé qué es lo que usted induce en mí. A veces creo que es lo mejor. Lo de no saberlo, digo.
No insista. No me nombre caricias, besos, sudores, intensos abrazos. Ni pequeños mordiscos, no diga “piel”, no diga “labios”. No se atreva a hablarme de despedidas unilaterales. ¿Cómo podría haber acontecido tal cosa? Si está muy claro: nunca estuve ahí.
Miguel
Angel Dorelo. 16/09/59.
Auto definido como “un laburante que suele escribir”.
Ha publicado “Partícipes Necesarios y otros cuentos” y trabaja,
despaciosamente, en un nuevo libro que será presentado cuando llegue su tiempo.
Mientras tanto, sigue intentando escribir algo que valga la pena. Vive en
Pergamino, Argentina.
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