El grito de muerte recorrió todas las páginas de la novela.
El autor sonrió para sus adentros: el crimen perfecto, salvo por un detalle: el
personaje le tocó el hombro.
—Ven, te invito unas cervezas para festejar tu hazaña.
—Pero si tú no existes —respondió el escritor.
—Tú, tampoco.
Muy bueno, sorprendente.
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