El infierno - Virgilio Piñera

Cuando somos niños, el infierno es nada más que el nombre del diablo puesto en la bo­ca de nuestros padres. Después, esa noción se complica, y en­tonces nos revolcamos en el lecho, en las interminables noches de la adolescencia, tratando de apagar las llamas que nos que­man -¡las llamas de la imaginación!-. Más tarde, cuando ya no nos miramos en los espejos porque nuestras caras empiezan a pare­cerse a la del diablo, la noción del infierno se resuelve en un te­mor intelectual, de manera que para escapar a tanta angustia nos ponemos a describirlo. Ya en la vejez, el infierno se encuentra tan a mano que lo aceptamos como un mal necesario y hasta dejamos ver nuestra ansiedad por sufrirlo. Más tarde aún (y ahora sí estamos en sus llamas), mientras nos quemamos, empezamos a entrever que acaso podríamos aclimatarnos. Pasados mil años, un diablo nos pregunta con cara de circunstancia si sufrimos to­davía. Le contestamos que la parte de rutina es mucho mayor que la parte de sufrimiento. Por fin llega el día en que podríamos abandonar el infierno, pero enérgicamente rechazamos tal ofrecimiento, pues, ¿quién renuncia a una querida costumbre? 

Tomado de la bitácora cultural  El jinete insomne
Edita GUILLERMO MAYR

Virgilio Piñera
(Cárdenas, 1912 - La Habana, 1979) Poeta, narrador y dramaturgo cubano considerado uno de los autores más originales e independientes de la literatura de la isla, a veces catalogado como integrante de la "literatura del absurdo".
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