Llevo una semana de
travesía, inmóvil. Cada mañana salgo de mi tienda y veo el mismo espectáculo:
escorpiones que corren a esconderse y saltan como pulgas a zambullirse en la
arena, varios arroyos de arena movidos por el viento, y frente a mí, una duna.
Una duna bella, que se me antoja suave,
ocre, mansa, pero a la vez una duna móvil y esquiva. La caricia del sol
temprano deja sobre su lomo un rebufo de bestia perezosa, música del desierto.
Como cada mañana trato de alcanzarla, de continuar así mi viaje. Pero me
resulta imposible. Al poner mi pie a su lado, la duna se aplana, se escapa, y
surge un poco más allá. Tampoco es posible rodearla, pues se desplaza al ritmo
de mis pasos, justo con ellos.
Cansada de este baile absurdo, apoyo las
manos en la arena y la contemplo, tratando de desentrañar su enigma. Cojo un
poco de arena y la dejo caer entre mis dedos, creyendo hacer tiempo, o tratando
de perderlo. Es una arena rugosa, que tiene la textura de piel curtida, como
escamas. Me tumbo, sin miedo ya a los alacranes, y siento la respiración de la
tierra que se infla y se desinfla. Es entonces cuando sé que nunca llegaré a mi
destino, cuando tengo la certeza de que el desierto es un enorme camello, con
sus chepas. Un animal desolado, que a ratos muda su piel antigua, salpicando de
sílice mi rostro. Enterrándome poco a poco en su paisaje, al igual que hace,
cada mañana, con sus pulgas. Al igual que hizo, también, con el mar.
Tomado de la bitácora Mundo en un grano de arena
Ha participado en volúmenes de obra conjunta como “Cuéntame una ilustración” Ed. Editec@rec 2012 y “De antología. La logia del microrrelato” Ed. Talentura 2013.
En 2015, la editorial Talentura publicó su primera novela “Enero”. Mantiene un blog mundoenungranodearena.blogspot.com donde publica sus microrrelatos.
Qué preciosidad
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